Por Gustavo Castillo
Marcel Rasquin la pone papita con Hermano. Vas al cine, ves la película y tripeas el fútbol, el barrio, la salsita, la cara bonita de Daniel y sales de la sala, en mi caso, con el sin sabor que queda al pedir un perro con todo pa’ llevar y, cuando abres la bolsa, te das cuenta de que no metieron la salsa de ajo, pero como pagaste los 7Bs te lo comes y hasta lo disfrutas. Así me pasó con Hermano, llegas al final y terminas sin saber si arrecharte o alegrarte, sin saber cómo negociar sus fortalezas con sus debilidades. Aquí se tratará de disfrutar el desarme de la película, intentando tejer eso bueno con eso malo, que de esa vaina también se aprende.
Si no la has visto mosca, que te vamos a contar hasta el agradecimiento final. Comencemos diciendo que ésta película abre de nuevo la discusión sobre la reconciliación del público venezolano con su cine, pero hay que decirlo, no es como Secuestro Express (que también hizo taquilla en su momento), Hermano tiene un tratamiento cinematográfico mucho más profundo y aborda el tema de la violencia con un ojo más amplio (elementos casi inexistentes en la otra), lo que le dio más recepción entre el público.
Hermano narra la historia de Julio y Daniel, que crecen como hermanos de crianza. Los une la pasión y la competencia fraternal por el fútbol, teniendo como sueño ingresar a las filas del Caracas Fútbol Club para salir de la vida del barrio. La película tiene como escenario un pequeño barrio de Ccs. Esto nos coloca ante un primer momento crítico en donde hay que fijar posición ¿a qué nos referimos con esto? A que Hermano la podemos meter dentro del saco de un tipo de cine nacional que ve el barrio como aquel lugar exótico y desconocido, con un abordaje que viene desde lo vertical (como quien ve una maqueta desde arriba y te da un paseo turístico por ella sin recibir ni un raspón). Hay una vaina en el cine que se llama punto de vista y, en Hermano, el director presenta el barrio como un foco de desgracias sin futuro y de malandraje sin cuartel en donde pocos se salvan, entre esos, Daniel, el personaje principal, bueno y bonito.
El elemento del barrio marcó mi percepción de la película ¿por qué? Coño, porque uno está cansado de escuchar “el cine venezolano es puro barrio y grosería” (y si así fuera ¿cuál es el rollo? Sin embargo, tampoco es así). Por eso lo primero que hice fue pensar en cómo hacer para no caer en ese prejuicio y cómo negociarlo con la visión del barrio que me plantea un director que es parte del equipo de A&B Producciones, una de las productoras más grandes, aburguesadas y poderosas del medio publicitario local (figuran como productores ejecutivos de la película, dejando mediáticamente de lado los aportes que hizo La Villa del Cine o, más allá de la plata, los aportes humanos que hizo la propia gente del barrio).
A pesar del punto de vista, en su microcosmos, la película tiene grandes fortalezas. Hermano narra una historia que se desarrolla de pies a cabeza sin dejar cabos sueltos, es más, los nudos de la trama tienen un desenlace que de verdad sorprende cuando Daniel, luego de luchar como nadie por su sueño y la unión de su familia, es asesinado a tiros, dando un giro interesante en la trama cuando nos matan al protagonista. Ahora, si algo debemos rescatar es la construcción e interpretación del personaje de Julio, el hermano medio malo (a diferencia del blanquito que hasta empalaga el carajo). Julio es un personaje redondo, creíble y con evolución fuerte, uno de esos que te agarran de la mano y te pasean por un río de emociones contradictorias.
El director apostó a formatos de fácil digestión en la plástica de la película. Recuerdo que cuando salió la cinta brasileña Ciudad de Dios mientras muchos la vanagloriaban, otros tantos la criticaban alegando que usaba la estética de la pobreza (o del hambre como diría el Cinema Novo Brasileño) con un tipo de edición al estilo videoclip de MTV (buscando abrirse a más público) para dar una visión de las favelas bastante trastocada. Y es que en Ciudad de Dios, Hermano tiene una gran escuela. Una edición dinámica, que gusta por estar amoldada a códigos masificados, con un buen ritmo y lugares comunes temáticos (la ola de fiebre por el fútbol, la búsqueda del sueño, las ganas del salir del barrio, etc.) que hicieron de esta película una de las más taquilleras de la historia del cine venezolano. Uno sale satisfecho, pero con la idea en la cabeza de que faltó la salsa de ajo.
Finalmente, me pregunto ¿Será que de todo lo que se metieron los de A&B con la taquilla de Hermano alguito le pasaron a la gente del barrio pa que arreglaran, al menos, la cancha de fútbol?
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