Por Gustavo Castillo
El tema del mes va sobre el hambre
y acá eso nos sobra. Nos criamos voraces y esa necesidad no se sacia comiendo:
tenemos hambre de todo, de ser escuchados, de saber, de tener, de vivir.
Leyendo sobre el tema y su relación con el cine, me topé con algunas palabras
del cineasta brasileño Glauber Rocha sobre La estética del hambre y el Cinema Novo que me llevaron a repensar el concepto del hambre y cómo vincularlo con
películas que retratan ese otro apetito social que no pega precisamente en el estómago.
Dice Rocha: el comportamiento
exacto de un hambriento es la violencia y la violencia de un hambriento no es
primitivismo. Una estética de la violencia antes de ser primitiva es
revolucionaria. Y por ahí van los tiros. Hay una película que sería bueno no
pelarse para entender las palabras de Rocha: El Odio (Francia, 1995) de
Kassovitz.
La cinta retrata un día en la
vida de tres amigos franceses, Vinz, Hubert y Saïd, que tienen en común ser
pobre y discriminado por sus orígenes árabes y africanos. Ese día particular
tiene como motor de acción el asesinato por parte de la policía francesa de un
joven magrebí y la sed de venganza y violencia que este hecho desata en Vinz.
El suceso detona también, a lo largo de un día de vagabundaje por las calles
parisinas, anécdotas que retratan la vida de estos rechazados y de cómo los
brotes de violencia en Francia son reflejo de una sociedad que está
confeccionada para acaparar el bienestar en unos pocos mientras margina a
otros.
La película comienza y finaliza
con una anécdota que alude a un hombre que va cayendo al vacío y se dice así
mismo mientras cae por el momento todo va bien, pero que sabe que tarde o
temprano llegará al suelo. De un modo magistral Kassovitz retrata sinceramente
ese por el momento todo va bien que viven las sociedades europeas con el tema
de la discriminación a la que son sometidos los inmigrantes. Estos personajes son
sujetos hambrientos, desterrados, abandonados, viven el día a día tratando de
devorar y sobrevivir con todo lo que pueden. Son habitantes de los barrios pobres
de París (de esos que no salen en las postales turísticas) que se mantienen
alertas como el animal hambriento que caza pero que está pendiente de no ser
cazado. Esta película nos hace ver que el tema del hambre no es un asunto sólo de
los países de la periferia, pues irónicamente en el llamado primer mundo hay
mucha también. Y es que el hambre ha dejado de ser un asunto de supervivencia
orgánica, para pasar a codificarse, orgánicamente también, en todas las pulsiones
no satisfechas del ser humano marginado.
Muy bien lo dijo Rocha, la
estética del hambre no era una propuesta exclusiva del Cinema Novo brasileño,
por el contrario esta se enlaza con aquellos realizadores que tienen un
compromiso con la verdad y que se alejan del modelo digestivo hollywoodense. Y
allí entra Kassovitz apartándose de ese modelo carente de representaciones
“reales” o sinceras de la sociedad (como si los materiales técnicos y escenográficos
pudieran esconder el hambre enraizada en la propia incivilización, Rocha).
El Odio aboga más bien por un
cine sediento en la búsqueda de la representación, escudriña en la vida de
personajes que la sociedad francesa cataloga como feos, sucios, peligrosos,
violentos, inexistentes. Párate en una agencia de viajes y pide un tour por los
barrios pobres franceses para que veas la cara de ponchado que te van a poner y
te des cuenta que, mientras unos mueren de hambre y se pasan la vida
rebuscándose para sobrevivir, otros viven escondiéndola sin otro motivo que el
de recibir una mísera porción de la gran torta que se están repartiendo unos
pocos en el mundo. Ve El Odio y sacia tu hambre de arrechera por esas
injusticias y si, aún así, no te llenas zámpate también El secreto de tus ojos
(Campanella), Carandiru (Babenco) o Celda 211(Monzón) y pilla como la violencia
también es una manifestación del hambre que todos tenemos.
Está difícil conseguirla en los
quemaitos, pero la pueden ver online por acá:
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