Colectivo SinVerguenza.
(Masculinidades contra el machismo)
"Cuidado, esta noche alguien morirá en alguna parte"
Dice OneChot, cantante de
hip hop-raga y víctima de violencia
No cualquiera muere, no cualquiera es víctima
de la violencia. Y en este sentido,
hablamos de la microcriminalidad, del uso de armas de fuego, de esa violencia concreta que se manifiesta en
datos y que, ciertamente, sitúa a Caracas como una ciudad violenta[1].
¿Violenta para quiénes?
El número de homicidios tiene una distribución
desigual en cuanto a la composición social y en cuanto a la división
geoespacial de Caracas. Son los sectores populares quienes sufren y viven los
resultados de una violencia histórica y de carácter estructural. Más aún, las
víctimas, en su gran mayoría, son jóvenes y pobres[2].
“Cuidado, esta noche, alguien morirá en alguna parte” Dice OneChot, cantante de Hip hop-Raga y víctima de violencia. Ese
“alguien que morirá”, según la manifestación cuantificable de la violencia
en Caracas, es realmente un joven varón de sectores pobres. Jóvenes que no
dicen “beware”, que no se desplazan
en carros blindados y preferentemente dentro de los sectores “asegurados”, que
no temen perder bienes materiales o inclusive la vida; jóvenes que no dividen
psicogeográficamente la ciudad entre “zonas blancas” y “zonas rojas”, que no viven
encerrados, física o simbólicamente, en una Caracas construida a imagen y
semejanza de la privatopía[3].
Las Caracas del miedo y
las Caracas criminalizadas conforman la Caracas construida por aquellos sectores
medios de la sociedad que manifiestan cuantitativamente “más miedo a la
violencia”. Que ocultan y banalizan,
desde su socialización y sus expresiones mediáticas, las nociones de “seguridad ciudadana” y “violencia
criminal”, exacerbando la sensaciones de miedo al vivir la ciudad bajo el “eufemismo
emocional” inducido mediáticamente “ el
chantajista de inseguridad”.
Caracas
es una ciudad insegura y violenta, sin duda, pero la violencia y la inseguridad
personal no sólo se manifiestan en el uso de las armas de fuego o armas
blancas, sino también en expresiones de violencia simbólica que describen y revisten
a Caracas con el manto cultural e ideológico de la violencia.
¿Sólo
por portar un arma se es violent@? No. Lo
que escribes, lo que cantas, cómo hablas, cómo caminas, vives, ves y lees la
ciudad, la manera cómo te diriges a las personas, el cómo reaccionas ante
determinadas situaciones, pueden generar “inseguridad” y/o hacerte violento/a.
Es que forma parte de como nos constituimos como sujetos, como legitimamos la
violencia, y como se sataniza al mismo tiempo esa violencia.
Los
discursos dominantes que circulan por la web y otros medios de comunicación
social reproducen la idea de “ciudad podrida” que también se manifiesta en
ráfagas liricas de Hip hop no menos violentas que la misma ciudad y que, entre
puños arriba, en señal de aprobación, ciertamente siguen reproduciendo una
cultura de violencia simbólica ya asumida y que es expresión, estereotipada y
moralista, adultocéntrica, estructural, de la juvenilización de la violencia. Así
como también estos discursos muestran estilos de vida que dan fe de socializaciones e identidades/identificaciones
alternativas, proscritas, al margen muchas veces de programas y políticas sociales
que no generan afinidad. Son
Identidades/identificaciones que pueden verse revestidas, expresadas a
partir de una sintaxis o poética, de un discurso o estética reivindicadora de
una violencia simbólica como catarsis o sublimación de la tentación o victimización
de violencias fácticas. A través de la práctica del hip-hop bajo la promesa y
posibilidad de “cambiar bicha por micrófono” o cualquier otro instrumento de
prácticas culturales urbanas o “alternativas” se canaliza esta expresividad,
sin la pretensión burguesa de domesticar la “identidad violenta” a la sumisión
plena de un fulano sistema que busca incluir..
De
acuerdo a ese patrón aparece en Youtube un joven varón de tez negra o mestiza,
habitante de un barrio, que viste camisa roja, quien empuña un arma, es quien
naturaliza lo que vive y dice- aunque exista una intención, posibilidad o
excusa de denuncia o de realismo social-:
Yo soy de Petare barrio de Pakistán
A cada rato suenan los blan blan
(…)Mientras que siga vivo verán la realidad
Esto no es culpa del gobierno ni culpa de nadie
La culpa es de nosotros que nacimos en la calle
(…)Ya no hay modales aquí todo se vale
Hasta la trampa sale cuando se habla de los reales
Es un campo de guerra, Venezuela-Petare
Abre los ojos de una vez pa que te enteres…
(El Prieto: Petare barrio de
Pakistán)
Hip hop en ráfagas
“Que la
muerte nunca avisa, que anda repartiendo viajes así tú no tengas visa”.
“Las campanas de la calle están sonando, el corazón
palpita, el 115 pira y pita y la Browning llega y grita y el que los borra te
visita”
“Allá se fue una almita a volar, aquí quedó una
mamita a llorar, que al llorar no hace na´ por su hijo que se ha ido al mas
allá”.
Son líricas de la calle,
de ese movimiento cada vez más masivo que surge de zonas urbanas y no tan
urbanas: El Rap, género musical, plataforma discursiva y uno de los cuatro
elementos básicos de la cultura Hip hop, es una práctica cultural que mezcla
poesía, pasión, crónica social o narrativas violentas, reivindicación de lo
cotidiano popular, territorial y localizado. Es también la manifestación de una
masculinidad que expresa, ejerce o sublima agresividad. Es una música que
genera identificación y complicidad predominantes dentro del mundo social y
simbólico juvenil, que entre rimas y gestos posiciona discursos e imaginarios sobre
la violencia en Caracas, en los barrios, como “piques”, “escamas”, “culebras”, “prendederas
de mecha”, “chocaderas de carro”[4].
El Rap Gansta (o la
actitud Gansta dentro de la cultura Hip hop), y el Rap Conciencia (o la actitud
conciencia/crítica/política dentro de la cultura Hip hop) son estilos ciertamente
capitalizados por el mercado de las industrias culturales privadas tras la
“promoción cultural” de artistas “independientes”, más no autónomos. Por un
lado, disqueras y empresarios que apoyan la crítica, aparentemente desligada de
partidos políticos; pero que constantemente buscan fijar un discurso sustentado
en decir, representar y cantar la violencia de la “ciudad podrida”:
Aquí todo es un Beethoven
pendiente en la calle pa’ que no te roben
que ahorita en la pista cualquiera te puede dar game over,
sin derecho a peros, pasa el piloto y el parrillero,
te pegan quieto y te arrancan el blackberry con tó y dinero.
Todos van con los vidrios arribas, seguros abajo,
con la mente activa y apresurado pá su trabajo,
tratando de adaptarse, al ritmo de vida cotidiano
(Cuarto
Poder: Aquí todo es un Beta)
En el Rap Gansta (del
inglés gangster, castellanizado gánster:
pandillero, mafioso, “pran”) el barrio es visto única o predominantemente como “espacio
violento”, un lugar de enunciación de apología
a las armas, de control físico o simbólico de territorios y la
demostración constante de quién es más macho, todo lo cual se evidencia
reiterativamente en sus letras. Una masculinidad violenta se reproduce
constantemente, pues el ejercicio directo del poder y la dominación,
particularmente en el contexto precario, implican asumir las características de
una masculinidad hegemónica, auto-justificada desde la tradición de la cultura patriarcal
pero vinculada a las prácticas delictivas que gozan de legitimidad y distintos
tipos de respeto en los sectores populares que enaltece el referente del “Pran”
(de género masculino, el líder máximo en el uso de la fuerza y en el acceso y
uso ilegal de armas como del narcotráfico), el malandreo cotidiano como
identidad que garantiza sobrevivir como hombre en el barrio, gozar de respeto y
reconocimiento social.
Este no es un fenómeno exclusivo
de Caracas y de grupos de Hip hop venezolanos, si no que forma parte de una
performatividad de esta expresión cultural ligada a los estereotipos del
“malandreo”, y a la construcción de la identidad rapera como mercancía y
estatus.
Hay que reconocer que la
masculinidad hegemónica en tanto referente identitario es otra característica
del Hip hop. Una gesticularidad que implica fuerza y confrontación, un tono de
voz que lo reafirma, la mano sobre los testículos y miradas desafiantes que
implican ejercer poder sobre sus otros. La masculinidad hegemónica, según Connell, representa
“Un conjunto de prácticas sociales, en el contexto de las relaciones de género
que afectan a la expresión corporal, a la personalidad y a la cultura entre
hombres y mujeres”, esto implica que el hombre “Ejerce poder y autoridad sobre
mujeres y hombres. Reproduce un ideal de masculinidad que hace hincapié en la dominación
sobre las mujeres, la competencia entre los hombres, la exhibición de la
agresividad, la sexualidad depredadora y el doble juego” (Connell,1995: 51)
Salas y Campo, en su texto “Los hombres y sus vivencias
cotidianas de la sexualidad” establecen una caracterización de la masculinidad
hegemónica en el sistema patriarcal, y entre los atributos asignados se señalan:
“la utilización de la fuerza y la violencia, detentar el poder político, tanto
en la vida pública y en la vida privada”. Algunas letras del Rap Gansta
introducen en sus discursos estas estrategias como forma de competencia para
posicionarse en el imaginario juvenil y social. Podemos identificar en algunas
letras: discursos de luchas por el territorio, cultura de “aguantar la pela”, “yo soy
el más pran/el más Criminal”;
porque tengo en mi haber expediente carcelario, tiros, puñaladas, etc. Esta
forma de ser joven hombre muchas veces es la única forma de expresar el proceso
de socialización y de manifestar "quien soy”, en tanto sujeto que demanda
y proyecta respeto[5].
Esa misma cultura Hip
hop, por lo menos desde sus discursos musicales, ha sido y es, al mismo tiempo,
capaz de permitir y posibilitar identidades/identificaciones alternativas a esa
masculinidad hegemónica vinculada a la justificación de la violencia como forma
primordial de relación entre hombres en la calle. Aunque su estética (cuando no
es explícitamente política y antisistema) originalmente parta del realismo
social urbano, la violencia criminal y de la autoafirmación machista, sexista y
homofóbica de la masculinidad, cierto es también que la construcción individual
del rol de rapero permite roles alternativos que podemos identificar desde la
música y sus discursos. Roles que, desde la noción de Rap Conciente, permite a
muchos jóvenes, mayoritariamente del barrio, desarrollarse un perfil como
rapero “idealista”, “contracultural”, “profeta”, “sensible”, “risueño”, “poeta”,
o simplemente conciente. A partir de la
identificación personal con ídolos del Rap, alternativos en este sentido, que
han logrado abrirse paso, bien sea desde el underground
o desde la industria cultural, con actitudes y discursos que difieren bastante
del estereotipo Gansta de rapero malandro que siempre amedrenta, manotea con
rabia, alardea sobre su arma, explota sexualmente a la mujer o descalifica con
alegatos homofóbicos a sus contrincantes: “te daré por el culo”, “yo te cojo”,
“ tu no eres serio, tu eres una minina ”. Otro discurso más de violencia, que
se concreta en prácticas y rivalidades en una tarima o fuera de ella.
Discursos y contradiscursos, pero con la violencia como protagonista. Válidos todos, satanizados
muchas veces, politizados otros tanto. Pero sin lugar a dudas es un lugar de sentido para
situarse y enunciar a través de líricas, posturas, estéticas como se asume la
violencia como elemento constitutivo de sujetos y de hablas con alternativas éticas dentro de los propios
códigos callejeros pero también culturales, ideológicos y mediáticamente
construidos. Así se narra Caracas, una ciudad podrida para unos/as, de
despedida para otros/a, de malandreo muchos/as, idílica o post utópica.
Referencias
Connell, Robert
(1995) en Lomas, Carlos (Comp) (2004): Los
chicos también lloran. Identidades masculinas, igualdad entre sexos y
coeducación. Ediciones Paidós.
Salas, J. M. y Campos, A. (2001) La
masculinidad en el nuevo milenio. Conferencia inaugural Primer encuentro
Centroamericano de Masculinidades, 2001. En: http://www.sexologia.com/
Zubillaga, Verónica (2007): “Los varones
y sus clamores: los sentidos de la demanda de respeto y las lógicas de la
violencia entre jóvenes de vida violenta de barrios en Caracas” en Espacio
Abierto, julio-septiembre, pp. 577-608.
Programa de Juventud de la Dirección
de Investigación-Acción para la Transformación Comunal del Vice-rectorado de
Creación Intelectual y Vinculación Social de la Universidad Nacional
Experimental de la Seguridad
[1] Encuesta Nacional de Victimización y
Percepción de Seguridad Ciudadana 2009 (ENVPSC 2009) Documento Técnico
[2] Idem
[3] Ciudades “fortaleza” o “privatopías” según el término creado por
McKenzie, las privatopías emplean el subterfugio de la paz social para
garantizar el control férreo de la individualidad mediante normas de
comportamiento formales, objetivas y fácilmente comprensibles que se establecen
como simples cláusulas en los contratos de compra de vivienda” http://www.atributosurbanos.es/terminos/privatopia/
[4] Expresiones
populares que hacen referencia a la rivalidad y el conflicto desde la relación socio-lingüística
entre cultura penitenciaria, jerga popular del barrio y los códigos del Hip hop.
[5] En estudios de masculinidades
realizados por Zubillaga (2007) El respeto constituye un clamor
personal de reconocimiento y de ascendencia que se supone adherido a la persona
concretamente a la identidad masculina.
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